
Rey de oro, esfinge temblorosa,
cúpula ardiente y onerosa,
derrama tu sangre y tu apellido
sobre el surco del suelo entumecido.
Inunda con tu savia el valle malherido
alimenta quedo el sueño de la rosa
y a Demóstenes concede sólo alguna cosa:
tu luz, tu sombra, tu genio y tu latido.

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